Complejo
es aquello que está entretejido, aquello cuyo fundamento no se remite a
sus elementos sino a las relaciones (interacciones) de sus elementos, e
incluso, a las relaciones de sus relaciones. Esto debería parecernos
extrañamente familiar a todos los que desempeñamos funciones docentes,
artísticas, científicas o sociales, debido a que ninguna de estas tareas
resulta satisfecha en la objetivación, o en el estudio de
“individuales”, más bien se vuelve necesario un estudio cuando menos
interdisciplinario (idealmente transdisciplinario) que entienda que el
proceso de la creación artística es en realidad un fenómeno emergente de
la interacción entre el pintor, la sociedad y la obra en sí, que
entienda que la formación de seres humanos se da en la interacción
dialógica entre iguales, que entienda que la ciencia es un proceso
humano y profundamente subjetivo en el que el científico estudia la
naturaleza bajo los mismos presupuestos que pretende demostrar, y todo
enmarcado en una sociedad y contexto histórico determinados.
La Teoría de la Complejidad, a través
de sus diferentes acepciones y accidentes sea en el Pensamiento
Moraniano o a través de la magnánima obra de Ilya Prigogine, tiene la
capacidad de constituirse en una nueva epistemología unificadora de las
ciencias naturales y las ciencias sociales, que tanto han sufrido a
través de su distanciamiento fútil. Y es que de hecho esta unificación
descansa precisamente en el fundamento mismo de la Complejidad como
aproximación científica: las interacciones.
Sólo en la medida en que seamos capaces de mudar nuestra cosmovisión
hacia fronteras menos reduccionistas del “quehacer” intelectual podremos
comenzar a dar solución a los problemas más relevantes de la existencia
humana y así también responder a las preguntas más interesantes de la
ciencia.
Los sistemas complejos son un campo ampliamente explorado por algunas de
las mentes más preclaras de nuestro tiempo, algunas de las cuales
estudiaremos en la medida de lo posible durante este seminario, tal es
el caso de Edgar Morin con su propuesta de Pensamiento Complejo
orientado hacia las ciencias sociales, Ilya Prigogine con sus grandes
aportaciones a las ciencias naturales a través de la termodinámica de
los procesos irreversibles, Niklas Luhmann y su teoría de sistemas,
Salvador Dalí a través de su concepción extraordinaria del tiempo y el
espacio, Paulo Freire con su pedagogía crítica del diálogo, Jean Piaget
y su epistemología genética, los grandes matemáticos como Spencer Brown,
John von Neumann, y Kurt Gödel, filósofos de la ciencia como Rolando
García y Karl Popper, y las ideas en torno a la semiología de Francisco
de Paula Nieto. Armados con todas estas aportaciones intelectuales
podremos orientar nuestro camino hacia el mejoramiento de la educación y
de nuestro rol como creadores, científicos, y docentes.
Y es que la educación empodera, pero la buena educación no solo empodera
sino que además permite utilizar sabiamente ese poder, responsabilizando
al hombre por lo que es y por lo que decide, liberándolo de su estatismo
en vistas de su propia transformación y mejoramiento. Esta aspiración al
mejoramiento, la encontramos también en Kierkegaard quien propone como
máxima educativa “la acción a través de la Consciencia”. Y para alcanzar
esa consciencia que actúa es necesario entender a la educación no sólo
como instrucción sino también como idealidad. La instrucción es
cognoscible a través de los otros, pero la idealidad sólo se conoce por
la introspección de uno mismo.

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